Siento tus suaves manos |
posarse sobre mi pecho, |
acariciando mi piel cual suave terciopelo |
y en mi cara tu aliento que me quema, |
bebiéndote con avaricia mis besos. |
Tus manos siguen la senda de mi desnudo cuerpo |
y desembocan en los oscuros rincones de mis deseos, |
y allí, cual firmes centinelas |
del mayor tesoro que poseo, |
y cual ladronas de cuento, |
se apoderan de mi voluntad de hierro. |
¡Yacimos! yacimos durante mucho tiempo, |
tu has hecho que me olvide del mundo, |
que ya nada importe en mi pensamiento, |
por ti, me dejé robar hasta el último suspiro, |
te has convertido ya, en mi dueña. |
Un lugar donde guardar y hablar de las cosas que me gustan. Un lugar en el que cualquier romantico es bien recibido