domingo, 1 de septiembre de 2013

El sendero del amor


Lentamente te despojo de tus prendas,
El caer de tus vestidos es un deleite a las pupilas,
Con musitado morbo separo botones,
Bajo cierres, abro telas.
Voy vislumbrando debajo de los lienzos
Tu hermosa piel, tus formas perfectas,
Poso mis manos sobre tus pechos,
Ruedo mis dedos hacia tu vientre,
Hacia la aventura, la pasión.
Milagro divino el haberte conocido,
De verte desnuda ante mi,
Mostrando a mis pupilas
Tus diabólicas formas,
Sensuales, firmes, seguras.
Eres un ser imponente,
Cual escultura al arte del ser,
Monumento a la perfección femenina,
Homenaje al deseo hombrío.
A esa única forma tuya de llevar la ropa,
A esa única forma de deshacerte de ella,
A la manera en como forras tu espalda,
Tus suaves piernas, tus hermosos brazos.
Repentinamente me has hipnotizado,
No puedo continuar, no puedo seguir,
No creo que seas real, no puedes ser real,
En verdad eres una Diosa.
No puedo dejar de mirarte, de admirarte,
No puedo dejar de emularte, me has embelesado,
Eres un ángel, convertido en mujer,
Para deleite de un hombre,
Para suerte mía.
Eres un ser alado, con imaginación demoníaca,
Con amor celestial y fantasía perversa,
Con tacto suave e instinto animal,
Con sabiduría divina y mirada de amante.
Eres un pecado, con sentencia mortal,
Pero tentación al fin.
Me rindo ante la excitación,
Ante la estimulación de tus manos,
La incitación de tus ojos,
La provocación de tu sexo,
Aquel que quema mi sexo
Y calma mis deseos.
Diosa, es tu vientre perfecto
El que me roba el aliento
Y me moja el instinto,
Y por ti vida mía,
Mataría, nacería,
Haría un milagro.
Por ti detendría el tiempo,
Por ti haría lo imposible,
Por una noche perdida en tu cuerpo,
Amarrado a tu sublime esencia,
Enredado entre tus bellos pliegues,
Aferrado a tu hermosa espalda,
Al sostén de tu cuerpo,
Al recoveco entre tus piernas.
Mis manos desesperadas tocan tu piel,
Te moldean, te suavizan, te reconocen,
Mis labios te exigen, te recorren, te muerden,
Te humedecen, te beben, te lamen, te acarician
Tus piernas rodean mis caderas,
Mi mástil se hunde entre tu sexo,
Mi sexo quema tu deseo,
Y el fuego nos invade,
Nos quema, pulveriza la razón,
Nos enloquece, nos consume.
El mismo fuego que provoca la explosión,
Estallamos en mil rosas de fuego,
Esparciéndose en nuestro cuerpo,
Inundando la alcoba de esa peculiar fragancia,
Y así, el deseo se torna en calma
Y la calma en sentimiento, en amor.